FIESTA DEL CORPUS CHRISTI
SIGINIFICADO CORPUS CHRISTI:
Corpus Christi, que en latín
significa ‘cuerpo de Cristo’, es una fiesta de la Iglesia
católica para celebrar la presencia de Cristo en la eucaristía.
El objeto de esta fiesta es recordar la institución
de la eucaristía, que tuvo lugar el Jueves Santo, durante la última cena,
cuando Jesucristo convirtió el pan y el vino en su cuerpo y sangre, e invitó a
los apóstoles a comulgar con él.
Como tal, el Corpus Christi es celebrado sesenta
días después del Domingo de Resurrección, el jueves siguiente a la solemnidad
de la Santísima Trinidad, que tiene lugar el domingo posterior a Pentecostés.
Así, la fiesta de Corpus Christi es el jueves
siguiente al noveno domingo después de la primera luna llena de primavera en el
hemisferio norte, y de otoño, en el sur.
Como tal, las celebraciones del Corpus Christi
incluyen procesiones en las calles y lugares públicos en las cuales el cuerpo
de Cristo es exhibido y acompañado por multitudes de fieles.
La festividad goza de gran relevancia en países
como Panamá, España, Chile, Perú, Venezuela, Colombia y Ecuador. En algunos,
incluso, se la considera como día feriado.
HISTORIA DEL COSPUS CHRISTI
La
fiesta surgió en la Edad Media, cuando en 1208 la religiosa Juliana
de Cornillon promueve la idea de celebrar una festividad en honor al
Cuerpo y la Sangre de Cristo presente en la Eucaristía. Así, se celebra por primera
vez en 1246 en la diócesis de Lieja (Bélgica).
En el año 1263,
mientras un sacerdote celebraba la misa en la iglesia de la localidad de Bolsena
(Italia), al romper la Hostia consagrada brotó sangre, según la tradición. Este hecho, muy difundido y
celebrado, dio un impulso definitivo al establecimiento como fiesta litúrgica
del Corpus Christi. Fue instituida el 8 de septiembre de 1264 por el
papa Urbano IV, mediante la bula Transiturus hoc mundo.
A Santo Tomás de Aquino se le encargó preparar los textos para
el Oficio y Misa propia del día, que incluye himnos y secuencias,
como Pange Lingua (y su parte final Tantum Ergo), Lauda
Sion, Panis angelicus, Adoro te devote o Verbum
Supernum Prodiens.
En el Concilio de
Vienne de 1311, Clemente V dará las normas para regular el
cortejo procesional en el interior de los templos e incluso indicará el lugar
que deberán ocupar las autoridades que quisieran añadirse al desfile.
En el año 1316, Juan
XXII introduce la Octava con exposición del Santísimo Sacramento. Pero el
gran espaldarazo vendrá dado por el papa Nicolás V, cuando en la
festividad del Corpus Christi del año 1447, sale procesionalmente con la
Hostia Santa por las calles de Roma.
En muchos lugares es una
fiesta de especial relevancia. En España existe el dicho popular: Tres
jueves hay en el año que relucen más que el sol: Jueves Santo, Corpus
Christi y el día de la Ascensión, lo que da idea del arraigo de esta
fiesta.
Las celebraciones del
Corpus suelen incluir una procesión en la que el pan consagrado se exhibe en
una custodia.
CONCELEBRACIÓN
EUCARÍSTICA EN LA SOLEMNIDAD DEL CORPUS CHRISTI
HOMILÍA DE SU
SANTIDAD BENEDICTO XVI
Atrio de la basílica papal de San Juan de Letrán
Jueves 11 de junio de 2009
"Esto es mi cuerpo. Esta es mi sangre".
Queridos hermanos y hermanas:
Estas palabras, que pronunció Jesús en la última Cena, se repiten
cada vez que se renueva el sacrificio eucarístico. Las acabamos de escuchar en
el evangelio de san Marcos, y resuenan con singular fuerza evocadora hoy,
solemnidad del Corpus Christi. Nos llevan espiritualmente al
Cenáculo, nos hacen revivir el clima espiritual de aquella noche cuando, al
celebrar la Pascua con los suyos, el Señor anticipó, en el misterio, el
sacrificio que se consumaría al día siguiente en la cruz. De este modo, la
institución de la Eucaristía se nos presenta como anticipación y aceptación por
parte de Jesús de su muerte. Al respecto escribe san Efrén Sirio: Durante la
cena Jesús se inmoló a sí mismo; en la cruz fue inmolado por los demás (cf. Himno
sobre la crucifixión 3, 1).
"Esta es mi sangre". Aquí es clara la referencia al
lenguaje que se empleaba en Israel para los sacrificios. Jesús se presenta a sí
mismo como el sacrificio verdadero y definitivo, en el cual se realiza la
expiación de los pecados que, en los ritos del Antiguo Testamento, no se había
cumplido nunca totalmente. A esta expresión le siguen otras dos muy
significativas. Ante todo, Jesucristo dice que su sangre "es derramada por
muchos" con una comprensible referencia a los cantos del Siervo de Dios,
que se encuentran en el libro de Isaías (cf. Is 53). Al añadir
"sangre de la alianza", Jesús manifiesta además que, gracias a su
muerte, se cumple la profecía de la nueva alianza fundada en la fidelidad y en
el amor infinito del Hijo hecho hombre; una alianza, por tanto, más fuerte que
todos los pecados de la humanidad. La antigua alianza había sido sancionada en
el Sinaí con un rito de sacrificio de animales, como hemos escuchado en la
primera lectura, y el pueblo elegido, librado de la esclavitud de Egipto, había
prometido cumplir todos los mandamientos dados por el Señor (cf. Ex 24,
3).
En verdad, desde el comienzo, con la construcción del becerro de
oro, Israel fue incapaz de mantenerse fiel a esa promesa y así al pacto
sellado, que de hecho transgredió muy a menudo, adaptando a su corazón de
piedra la Ley que debería haberle enseñado el camino de la vida. Sin embargo,
el Señor no faltó a su promesa y, por medio de los profetas, se preocupó de
recordar la dimensión interior de la alianza y anunció que iba a escribir una
nueva en el corazón de sus fieles (cf. Jr 31, 33),
transformándolos con el don del Espíritu (cf. Ez 36, 25-27). Y
fue durante la última Cena cuando estableció con los discípulos esta nueva
alianza, confirmándola no con sacrificios de animales, como ocurría en el
pasado, sino con su sangre, que se convirtió en "sangre de la nueva
alianza". Así pues, la fundó sobre su propia obediencia, más fuerte, como
dije, que todos nuestros pecados.
Esto se pone muy bien de manifiesto en la segunda lectura, tomada
de la carta a los Hebreos, donde el autor sagrado declara que
Jesús es "mediador de una nueva alianza" (Hb 9, 15). Lo
es gracias a su sangre o, con mayor exactitud, gracias a su inmolación, que da
pleno valor al derramamiento de su sangre. En la cruz Jesús es al mismo tiempo
víctima y sacerdote: víctima digna de Dios, porque no tiene mancha, y sumo
sacerdote que se ofrece a sí mismo, bajo el impulso del Espíritu Santo, e
intercede por toda la humanidad. Así pues, la cruz es misterio de amor y de
salvación que —como dice la carta a los Hebreos— nos purifica de
las "obras muertas", es decir, de los pecados, y nos santifica
esculpiendo la alianza nueva en nuestro corazón; la Eucaristía, renovando el
sacrificio de la cruz, nos hace capaces de vivir fielmente la comunión con
Dios.
Queridos hermanos y hermanas, os saludo a todos con afecto,
comenzando por el cardenal vicario y los demás cardenales y obispos presentes.
Como el pueblo elegido, reunido en la asamblea del Sinaí, también nosotros esta
tarde queremos renovar nuestra fidelidad al Señor. Hace algunos días, al inaugurar la asamblea diocesana anual, recordé
la importancia de permanecer, como Iglesia, a la escucha de la Palabra de Dios
en la oración y escrutando las Escrituras, especialmente con la práctica de
la lectio divina, es decir, de la lectura meditada y adorante
de la Biblia. Sé que se han promovido numerosas iniciativas al respecto en las
parroquias, en los seminarios, en las comunidades religiosas, en las cofradías,
en las asociaciones y los movimientos apostólicos, que enriquecen a nuestra
comunidad diocesana.
A los miembros de estos múltiples organismos eclesiales les dirijo
mi saludo fraterno. Vuestra presencia tan numerosa en esta celebración,
queridos amigos, muestra que Dios plasma nuestra comunidad, caracterizada por
una pluralidad de culturas y de experiencias diversas, como "su"
pueblo, como el único Cuerpo de Cristo, gracias a nuestra sincera participación
en la doble mesa de la Palabra y de la Eucaristía. Alimentados con Cristo,
nosotros, sus discípulos, recibimos la misión de ser "el alma" de
nuestra ciudad (cf. Carta a Diogneto, 6: ed. Funk, I, p. 400;
ver también Lumen gentium, 38), fermento de
renovación, pan "partido" para todos, especialmente para quienes se
hallan en situaciones de dificultad, de pobreza y de sufrimiento físico y
espiritual. Somos testigos de su amor.
Me dirijo en particular a vosotros, queridos sacerdotes, que
Cristo ha elegido para que junto con él viváis vuestra vida como sacrificio de
alabanza por la salvación del mundo. Sólo de la unión con Jesús podéis obtener
la fecundidad espiritual que genera esperanza en vuestro ministerio pastoral.
San León Magno recuerda que "nuestra participación en el cuerpo y la
sangre de Cristo sólo tiende a convertirnos en aquello que recibimos" (Sermón 12, De
Passione 3, 7: PL 54). Si esto es verdad para cada
cristiano, con mayor razón lo es para nosotros, los sacerdotes.
Ser Eucaristía. Que este sea, precisamente, nuestro constante
anhelo y compromiso, para que el ofrecimiento del cuerpo y la sangre del Señor
que hacemos en el altar vaya acompañado del sacrificio de nuestra existencia.
Cada día el Cuerpo y la Sangre del Señor nos comunica el amor libre y puro que
nos hace ministros dignos de Cristo y testigos de su alegría. Es lo que los
fieles esperan del sacerdote: el ejemplo de una auténtica devoción a la
Eucaristía; quieren verlo pasando largos ratos de silencio y adoración ante
Jesús, como hacía el santo cura de Ars, al que vamos a recordar de forma
particular durante el ya inminente Año sacerdotal.
San Juan María Vianney solía decir a sus parroquianos: "Venid
a la Comunión... Es verdad que no sois dignos, pero la necesitáis" (Bernad
Nodet, Le curé d'Ars. Sa pensée - Son coeur, ed. Xavier
Mappus, París 1995, p. 119). Conscientes de ser indignos a causa de los
pecados, pero necesitados de alimentarnos con el amor que el Señor nos ofrece
en el sacramento eucarístico, renovemos esta tarde nuestra fe en la presencia
real de Cristo en la Eucaristía. No hay que dar por descontada nuestra fe. Hoy
existe el peligro de una secularización que se infiltra incluso dentro de la
Iglesia y que puede traducirse en un culto eucarístico formal y vacío, en
celebraciones sin la participación del corazón que se expresa en la veneración
y respeto de la liturgia.
Siempre es fuerte la tentación de reducir la oración a momentos
superficiales y apresurados, dejándose arrastrar por las actividades y por las
preocupaciones terrenales. Cuando, dentro de poco, recemos el Padrenuestro, la
oración por excelencia, diremos: "Danos hoy nuestro pan de cada día",
pensando naturalmente en el pan de cada día para nosotros y para todos los
hombres. Sin embargo, esta petición contiene algo más profundo. El término
griego epioúsios, que traducimos como "diario", podría
aludir también al pan "super-sustancial", al pan "del mundo
futuro". Algunos Padres de la Iglesia vieron aquí una referencia a la
Eucaristía, el pan de la vida eterna, del nuevo mundo, que ya se nos da hoy en
la santa misa, para que desde ahora el mundo futuro comience en nosotros. Por
tanto, con la Eucaristía el cielo viene a la tierra, el mañana de Dios
desciende al presente, y en cierto modo el tiempo es abrazado por la eternidad
divina.
Queridos hermanos y hermanas, como cada año, al final de la santa
misa se realizará la tradicional procesión eucarística y, con las oraciones y
los cantos, elevaremos una imploración común al Señor presente en la Hostia consagrada.
Le diremos en nombre de toda la ciudad: "Quédate con nosotros, Jesús;
entrégate a nosotros y danos el pan que nos alimenta para la vida eterna. Libra
a este mundo del veneno del mal, de la violencia y del odio que contamina las
conciencias; purifícalo con el poder de tu amor misericordioso".
Y tú, María, que fuiste mujer "eucarística" durante toda
tu vida, ayúdanos a caminar unidos hacia la meta celestial, alimentados por el
Cuerpo y la Sangre de Cristo, pan de vida eterna y medicina de la inmortalidad
divina. Amén.
CORONILLA
DE REPARACIÓN A LA SAGRADA EUCARISTÍA
† Por la señal de la santa cruz
-
Credo de los apóstoles
V. Mi
Jesús Sacramentado, mi dulce amor y consuelo
R. Quien
te amara tanto que de amor por ti muriera
V.
Bendito, alabado y adorado sea Nuestro Señor Jesucristo en el Santísimo
Sacramento del altar.
R. Sea
por siempre, bendito, alabado y adorado (3 veces)
En las cuentas grandes del Padre Nuestro se dice:
“Cuerpo y Sangre de Jesús y de María, os quiero, os amo,
os adoro y os pido perdón y misericordia por tantos sacrilegios”
En las 10 cuentas pequeñas de las Ave María se dice:
“Señor perdón, conversión, luz y misericordia para todos
los que dan y toman la Santa Comunión en la mano”.
En lugar del Gloria se dice:
V. Sea amado y adorado en todo momento.
R. Jesús en el Santísimo Sacramento.
Oración para finalizar:
Santísima Trinidad, Padre,
Hijo y Espíritu Santo, os adoro profundamente y os ofrezco el preciosísimo
cuerpo, sangre, alma y divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, presente en todos
los Sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios,
blasfemias e indiferencias con que Él mismo es ofendido, y por los méritos
infinitos de su Sagrado Corazón, y del Corazón Inmaculado de María, os pido la pronta
conversión de los pobres pecadores. ¡Oh Dios mío, yo creo, te adoro, espero en
Ti, confío en Ti, te amo y te pido perdón y misericordia por todos los que no
creen, no te adoran, no esperan, no confían y no te aman. Amen.
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